
«Au vieux jardin», de Richard Aldington
Me he sentado feliz en los jardines,
a mirar el estanque calmo y los juncos
y las nubes oscuras
que el viento del aire superior
rompió como a las verdes ramas cargadas de hojas
de los árboles del fin del verano;
pero aunque encuentro gran placer
en estos y en los nenúfares,
lo que más me acerca al llanto
es el color rosa y blanco de las suaves piedra lajas,
y el pálido pasto amarillo
entre ellas.
«Nocturnos», de Skipwith Cannell
I
Vuestros pies,
que son como pequeños, plateados pájaros,
han determinado placenteras vías;
por ello os seguiré,
Paloma de los Ojos Dorados,
sobre cualquier senda os seguiré,
porque la luz de vuestra belleza
brilla ante mi como una antorcha.
II
Vuestros pies son blancos
sobre la espuma del mar;
sostenedme, rápido, Cisne reluciente
no sea que tropiece y me hunda,
y en aguas profundas.
III
Largo tiempo he sido
sólo el Cantante bajo vuestra Ventana,
y ahora estoy exhausto.
Enfermo de anhelar,
oh, mi Amada;
por eso cargad conmigo, llevadme
veloz
a nuestro camino.
IV
Con la red de vuestro cabello
habéis pescado en la mar,
y un pez extraño
habéis atrapado en vuestra red;
porque vuestro cabello,
Amada,
sostiene mi corazón
en su red de oro.
V
Estoy cansado de amor, y vuestros labios
son amapolas nocturnas.
Dadme por eso vuestros labios,
para que conozca así el sueño.
VI
Estoy exhausto de anhelo,
estoy desvanecido de amor;
porque sobre mi cabeza la luz de la luna
ha caído
como una espada.
«En un jardín», de Amy Lowell
Brotando de las bocas de hombres de piedra
para extenderse a gusto bajo el cielo
en cuencos con labios de granito,
donde el lirio salpica sus pies
y susurra a un viento que pasa,
el agua llena el jardín con su apuro
en medio de los tranquilos parques podados.
Húmedos huelen los helechos en galerías de piedra
donde gotean y salpican las fuentes,
fuentes de mármol, amarillentas por el agua.
Chapoteando por escalones manchados de musgo
cae el agua
y el aire palpita con ella,
con su gorgoteo y su fluir,
con sus caídas y su profundo, frío murmullo.
Y yo deseé la noche y a vos.
Quería verte en la piscina,
blanco y brillante en el agua moteada de plata.
Mientras la luna cruzaba el jardín,
alta en el arco de la noche,
y el perfume de los lirios era intenso en su quietud.
¡Noche y el agua, y vos y tu blancura, bañándose!
«Postludio», de William Carlos Williams
Ahora que me he enfriado de vos
que haya oro de deslucida mampostería,
templos aliviados por el sol para arruinar
ese sueño enteramente.
Dame la mano para las danzas,
ondas en File, dentro y fuera,
y labios, mi Lesbiana,
alhelíes que una vez fueron llama.
Tu cabello es mi Cartago
y mis brazos el arco
y nuestras palabras flechas
para disparar a las estrellas,
que desde el neblinoso mar
bullen para destruirnos.
Pero estás a mi lado…
¿cómo he de resistirte
a vos, oh, que me herís en la noche
con pechos que refulgen
como Venus y como Marte?
¡La noche que está gritando Jasón
cuando el alto alero tiembla
como si hiciera olas sobre mí
azul en la proa de mi deseo!
¡Oh plegarias en la oscuridad!
¡Oh incienso a Poseidón ofrendado!
Calma en la Atlántida.
Hace unos cuatro años, tradujimos con Mateo Vidal algunos poemas del inglés, entre los que se encontraban estos, que en 1914 Ezra Pound incluyó en su famosa antología Des Imagistes.
La imagen que acompaña la entrada es un detalle de un estampado de William Morris (1884).