
Pequeño diálogo
El psiquiatra. —Usted teme morir. Por eso le voy a decir y repetir, yo que soy especialista en el tema, que en nuestros días uno ya no muere de enfermedad. La medicina, la farmacología, la higiene física y mental se han aliado de tal manera que la muerte no es más que un recuerdo e interviene cada vez menos en los asuntos humanos.
El enfermo. (con timidez) —Sin embargo, si creemos en las estadísticas y la tierra removida de los cementerios y la prosperidad de las casas de pompas fúnebres…
El psiquiatra. —¡Y usted cree todavía en las pompas fúnebres en pleno siglo XX! ¡Usted, un poeta moderno, cree en los caballos con penachos negros con su trotecito ridículo y en esos hombres de la bolsa que son los hombres de las funerarias! Y en cuanto a los cementerios, ¡permita que me ría! No hay en ellos más que cráneos viejos, algunos pares de tibias prehistóricas, residuos de antes de las vitaminas y las hormonas. Nada de eso tiene sentido en nuestros días.
El enfermo. —Sin embargo, creo que ayer mismo vi pasar un cortejo fúnebre.
El psiquiatra. —¡Cree haber visto! Es lo que yo digo. En fin, siga mi consejo: cuando crea ver pasar eso que usted llama un cortejo fúnebre, dígase a usted mismo que no es nada y mire para otro lado.
El enfermo. —Por mi parte, yo los saludo, siempre se me dijo que era lo más educado.
El psiquiatra. —¡Los saluda! Ya le decía yo que usted siente por estas visiones un placer mórbido. ¡Levanta el sombrero! ¿Qué quiere que le diga?
El enfermo. —No diga nada, que ya me voy.
Fragmento de Boire à la source (1951), de Jules Supervielle, acompañado por una reproducción del cuadro De keisnijding, atribuido a Jheronimus Bosch (c. 1475).